Egipto,
como la mayoría de países de Oriente Medio, no está preparado para el virus.
Según la Organización Mundial de la Salud, se hacen esfuerzos, pero falta
material de todo tipo y los test sólo alcanzan a 2.000 por millón de habitantes
(entre cien millones de egipcios). Pero además el régimen autoritario del
mariscal Abdul Fatah al Sisi no es precisamente transparente. El abogado Mohsen
Bahnasy, según organizaciones de derechos humanos, fue detenido 15 días por
hablar de la necesidad de sacar a los presos de las cárceles y por “difundir
noticias falsas”. Con el mismo pretexto fue expulsado el corresponsal del
diario británico The Guardian. Un conocido médico y dos generales
han fallecido del coronavirus.
La estimación de
casos del virus en los países árabes es “demasiado baja”, según la OMS, pero no
sólo debido al secretismo de regímenes como el egipcio sino a pura incapacidad
para evaluarlos, con la relativa excepción de las adineradas monarquías del
Golfo.
Libia,
Siria y Yemen, permanecen en guerra desde el 2011
mientras que Irak está sumido en un conflicto interminable, y muy castigado
ahora por la caída del precio del petróleo.
En Irak,
donde las manifestaciones iniciadas en octubre costaron más de 500 vidas,
un médico bregado en años de guerra decía a Reuters que los pacientes afectados
por el virus “llegan al hospital durante horas”. Varios facultativos
hablaban ayer de entre 3.000 y 9.000 casos. La agencia Reuters ha
sido suspendida en Irak durante tres meses por dar voz a esta versión de los
médicos, que nada tiene que ver con la que ofrece el Ministerio de Sanidad,
menos de 800 casos.
El jueves a las
ocho de la tarde se aplaudió por primera vez a los sanitarios del país. Por un
lado, había temor ante la pandemia; por otro, cierto desprecio del peligro
entre una población que ya ha visto de todo en cuarenta años de guerras. La
fuerza armada tuvo que intervenir en el distrito bagdadí de Ciudad Sadr para
imponer el toque de queda, mientras el líder chií Moqtada al Sadr decía que la
culpa del virus la tiene el matrimonio homosexual.
Al Sadr no tenía
en cuenta que en el vecino Irán –especialmente golpeado por el virus– tal cosa
no existe. El tránsito de peregrinos chiíes entre Irán, Irak, Siria y Líbano ha
sido un factor mayor de contagio, lo mismo que en los peregrinajes interiores:
el sur chií, Basora y Karbala son los centros más afectados junto con Bagdad,
ciudad cerrada desde el 17 de marzo. A los peregrinos se les pide que guarden
14 días de cuarentena.
Se cree
que los primeros contagios en Irak llegaron de Siria, donde el primer caso
fue anunciado el 23 de marzo. En el territorio bajo control de Bashar el Asad
se han aplicado las medidas de rigor, incluido el cierre de fronteras. Pero nueve
años de guerra han acabado con todo: más de 300 hospitales han sido
repetidamente bombardeados, y así, por ejemplo, en Alepo sólo disponen de un
respirador por cada 26.500 habitantes. Hay en el país más de 6 millones de
desplazados, decenas de campos donde duermen apiñados en tiendas de campaña,
sometidos al frío y a las enfermedades respiratorias. En la provincia de Idlib,
la guerra –que bajó de intensidad en marzo– ha arrojado más de un millón de
nuevos desplazados, y se han perdido 76 centros médicos.
En Yemen, que
sufre los bombardeos de Arabia Saudí desde hace cinco años, más de la mitad de
los centros hospitalarios están destruidos. Sólo dos hospitales en Saná y Adén
–las capitales de los bandos contendientes– podrían, muy teóricamente, albergar
pacientes de la Covid-19. Las demandas de las organizaciones internacionales
por un alto el fuego han sido desoídas.
Algo parecido
ocurre en Libia, donde se cumple un año de la campaña lanzada por
Jalifa Haftar contra Trípoli. La guerra sigue como si nada. Y existe el peligro
de que el virus alcance a los migrantes hacinados en prisiones inmundas.
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