Los
asesinos en serie son personas que matan por lo menos en tres ocasiones con un
intervalo entre cada asesinato. A través de la historia se conocen una
diversidad de asesinos en serie, cada cual caracterizado por un tipo de
conducta durante el acto criminal. Estos están específicamente motivados por
una multiplicidad de impulsos psicológicos, sobre todo por ansias de poder y compulsión
sexual. Con frecuencia tienen sentimientos de inadaptabilidad e inutilidad,
algunas veces debido a humillación y abusos en la infancia y/o el apremio de la
pobreza, también bajo nivel socioeconómico en edad adulta, compensando sus
crímenes esto y otorgándoles una sensación de potencia y frecuentemente
venganza, durante y después de cometer los delitos.
De esta forma, te presentaré un especial sobre algunos de los asesinos más temidos a lo largo de la historia.
Theodore
Robert Cowell Bundy, más conocido como Ted Bundy fue un secuestrador, violador,
ladrón y asesino en serie de mujeres. Se le confirmaron 36 asesinatos y
finalmente fue condenado a muerte y ejecutado en la silla eléctrica en enero de
1989. Dos días antes de morir reconoció una treintena de asesinatos crueles y
despiadados de mujeres en siete estados diferentes de los Estados Unidos.
Bundy
aseguraba oír una voz en su cabeza que le decía cosas sobre las mujeres, no
calmaba sus ansias con los asesinatos que cometía, por eso siempre volvía a
repetir la misma ecuación para lograr sentirse satisfecho. Su aspecto atractivo
y apuesto y la cara de buen yerno que tenía hicieron que la sociedad no lo
quisiera considerar como un asesino y el juicio social que se hizo fue a su
favor, aunque finalmente la justicia declaró la pena de muerte para el
sociópata.
Finales del siglo XIX. Desde el palacio de Buckingham, la reina Victoria corona la edad de mayor brillo y poder de la historia de Inglaterra. Sin embargo, no todo es brillo en aquella Inglaterra. Nos situamos en Whitechapel, es el lugar donde la miseria toca fondo. Hablamos de un dédalo de callejas inundadas por las emanaciones malolientes del Támesis. De unos bajos fondos donde las enfermedades, el alcoholismo y la prostitución causan estragos entre sus ochenta mil almas. De un barrio cuyas casas, hacinadas, parecen inclinarse amenazadoramente sobre quien reúna el valor para pasearse a su sombra. Whitechapel, es el Londres que el resto de Londres no quiere ver. Pero, en el otoño de 1888, toda Inglaterra terminaría por volver los ojos a esa barriada de mala nota. Ya que iba a convertirse el siniestro escenario de los crímenes de Jack the Ripper, el Destripador.
Con
ese telón de fondo, Jack el Destripador cometió su primer asesinato el 31 de
agosto de 1888. Su víctima fue Mary Ann Nichols. La policía encontró su cadáver
de madrugada, en la actual calle Durward de Whitechapel. Un par de cortes
surcaban su garganta y el abdomen estaba rasgado con una hendidura e
incisiones. Durante las semanas siguientes se sucedieron al menos otros tres
asesinatos. Todos tenían por víctimas a mujeres que se dedicaban a la
prostitución. Todos brutales, sádicos y descarnados. A pesar de los esfuerzos
que realizó la policía y la infinidad de teorías que han circulado hasta la
fecha, la identidad de Jack El Destripador, sigue sin ser descubierta.
Gordon
Stewart Northcott era un chico con perturbaciones mentales y sexuales graves.
Su madre lo sabía y, sin embargo, poco hacía al respecto, pues más que
orientarlo, se dedicaba a complacerlo, lo cual tuvo graves consecuencias para
muchos.
Northcott
era un granjero de corazón. Su mayor ambición era poseer una granja propia.
Ahorró un par de años y compró una parcela en Wineville, California. Allí
construyó una granja de pollos con la ayuda de su padre, quien estaba en el
negocio de la construcción.
Para
1926, el sitio estaba listo. Sin embargo, había otro motivo para la deseada
independencia de Northcott: a lo largo de los años, había desarrollado una
enfermiza atracción sexual por los niños. Según declararía años después, gozaba
al fantasear con cuerpos infantiles desnudos, violentados por él. Primero de
manera tímida y después dando rienda suelta a su obsesión, Northcott fue
transformándose en un depredador sexual.
El
modus operandi utilizado por el pervertido joven de treinta años, consistía en
recorrer con una vieja furgoneta las rutas próximas a Wineville, y aún las
calles de ciudades más distantes. Cuando avistaba a algún niño que intuía apto
a sus fines -y lo suficientemente ingenuo como para subirse a un vehículo con
un desconocido- descendía del rodado y le soltaba al infante la primera
historieta que le venía a la cabeza. Los llevaba a bordo de su camioneta hasta
su granja donde después los guiaba al gallinero y era aquí en donde procedía a
amarrarlos. Los desnudaba, acariciaba torpemente los cuerpos infantiles y
después los violaba, golpeaba, hasta dejarlos inconscientes sobre tocones de
madera, y hacha en mano, troceaba los pequeños cuerpos. Aplicaba cal viva sobre
los restos para acelerar su descomposición y los enterraba alrededor del
gallinero.
Tras veintisiete días de proceso penal el jurado encontró culpable a Gordon Stewart Northcott por cuatro cargos de asesinato con premeditación y alevosía, que incluyeron el de Walter Collins, los de los hermanos Winslow y el de un cuarto niño mexicano no identificado. El veredicto se emitió el 13 de febrero de 1929 por el Juez Freeman y la muerte del penado en la horca se produjo el 2 de octubre de 1930. Como último deseo el condenado rogo desde el patíbulo a los concurrentes que rezaran por la salvación de su alma. Únicamente el Capellán de la cárcel accedió a su petición.
Peter
Kürten, asesinó a nueve personas e intentó matar a otras siete. Además, agredió
sexualmente a casi 80 personas.
Violaba,
apuñalaba y degollaba a sus víctimas, tanto mujeres como niños. Después de
robarles la vida, se bebía su sangre. En una ocasión llegó a asesinar a una
niña y minutos después envió una carta a las autoridades con un mapa con la
localización de los cadáveres.
Fue
apresado y condenado a la guillotina en 1931. Su última voluntad fue, que, tras
su decapitación, los verdugos estuvieran en silencio durante unos segundos,
para que pudiera escuchar como su propia sangre goteaba en el suelo.
Un
hombre no debería luchar por eliminar sus complejos, sino entrar en acuerdo con
ellos: son legítimamente los que dirigen sus conductas en el mundo
Comentarios
Publicar un comentario